Septiembre es el período mal llamado de «adaptación» en las escuelas infantiles y colegios. Decimos adaptación para referirnos a lo que habitualmente es un proceso que no cuida la vida como merece ser cuidada porque desde distintos ámbitos se hace lo posible para que familias y escuelas no puedan hacerlo bien. Un proceso en el que pequeñ@s (de entre unos meses y tres años) lo que realmente hacen es acostumbrarse a base de resignación a que sus padres les dejen en un espacio en el que no se sienten segur@s aún, con personas que no conocen y rutinas que no tienen integradas, sin entender bien el por qué y en ocasiones con el sentimiento de estar siendo abandonad@s.
Cada año he vivido este proceso viendo cómo los alumnos de 3 añitos lloraban desesperadamente un día tras otro sin encontrar consuelo; cómo las maestras no pueden acompañar este proceso adecuadamente debido a las circunstancias y cómo las familias sufren en silencio o se unen al carro de normalizar lo patológico.
En otra ocasión describiré más profundamente la vivencia y las consecuencias para cada uno de los implicados en este proceso, aunque puedo avanzar aquí la consecuencia general: desconexión de sí mismos (tanto de peques, como de profesionales. como de padres y madres). Desconexión que le viene muy bien al sistema, pues cuanto mayor sea ésta menor capacidad de contacto tendremos y más manipulables y dependientes seremos del mismo.
«Solo lloran al principio, luego quieren más a la maestra que a ti»- dicen para consolarse unos a otros a las puertas del centro educativo. Pero ese “principio” puede durar semanas, un trimestre o años, lo he comprobado curso tras curso, y lo que implica a nivel emocional y psicológico sería muy largo de explicar ahora, pues la intención de este texto es sólo la de reflexionar sobre cómo queremos hacerlo realmente ¿cómo lo haríamos si pudiéramos hacerlo a nuestra manera, dejándonos sentir? Y ¿por qué no hacerlo de forma que nos marchemos cuando ya «la quieren a ella más que a ti»?
«Mi madre dice que yo estuve años agarrándome desconsolada a los barrotes, es lógico que mi hijo también lo haga» me dice una mamá …
Cuando sorteas el sistema y consigues hacer un período de vinculación, la experiencia es muy distinta. L@s peques van vinculando a su ritmo con la maestra/educadora o acompañante de forma que llega un momento que al marcharse la madre no viven una sensación de desamparo porque hay otra figura, con la que ya han generado un vínculo, que les brinda el afecto y la seguridad que necesitan mientras mamá/papá no está. Ya conocen bien el espacio y lo han hecho suyo, ya saben qué va a pasar después porque han integrado las rutinas y vivencias habituales en ese lugar y con esa persona de referencia. Pueden querer que mamá o papá se queden y no se vayan, pero es una despedida natural y no una separación traumática.
Nos ha llevado un mes de ir compartiendo espacio, actividades y rutinas alcanzar el punto en el que ella misma, la peque, coge la mano de la persona que la va a cuidar para salir al patio/jardín/parque en vez de la mía y que espontáneamente le muestre afecto y diga que quiere ir al «cole». Cuando se dan estos momentos las adultas nos miramos y nos sonreímos, sabemos que lo estamos haciendo bien, sé que me echará de menos pero que no la dejo sin sostén, han ido tejiendo con mimo otro que le dará la seguridad que necesita cuando yo no estoy. Durante mi ausencia no hay drama ni trauma.
Dicen algunos que esta otra manera de hacerlo es sobreprotección, nosotros creemos que es proteger a los más pequeños de un sistema que no les tiene en cuenta, ni a ellos ni a la salud mental. Dicen otros que es un acto revolucionario, una manera de decirle al sistema que así no lo haremos, que no vamos a normalizar el maltrato que quiere imponer ni a adaptarnos a algo tan nocivo para la salud. Para nosotros lo es, es un acto revolucionario. Y como toda revolución es difícil de llevar a cabo porque no hay facilidades, pero es una forma de activismo por un mundo más sano.
Es difícil sí, y no es imposible. Otras cosas también han sido «imposibles» en otros tiempos y los que no se resignaron ni conformaron consiguieron que hoy ya no sean así.
Hagámoslo más bonito, más sano, comencemos por el lenguaje, llamémoslo período de vinculación no de adaptación ¿adaptarse a qué? Sería más exacto decir período de resignación. La vinculación requiere tiempo, los lazos interpersonales no se crean en una hora. Exijamos ese tiempo a las empresas, a las escuelas… cambiemos los cimientos para cuidarlos. Así será mucho más fácil no tener que reparar lo que se vaya construyendo encima. Exijamos darle importancia a la salud emocional de la población desde los primeros capítulos de sus vidas.